Sinaloa: la violencia llena los panteones y el béisbol atesta el estadio Los Tomateros

Álvaro Aragón Ayala

Si la idea es que se entienda el béisbol como parámetro de la seguridad pública y la violencia y como un ejercicio para sopesar las prácticas o las decisiones políticas para frenar la escalada criminal de Culiacán, vale entonces plantear las siguientes preguntas: ¿Ya se terminó el primer juego o en que entrada va? O ¿Ya arrancó el segundo o el tercer encuentro con las mismas características que el primero?

Publicistas gubernamentales innovaron el método de la comunicación beisbolera para tratar de engañar a la población de que la violencia «ya bajó» y de que están dadas las condiciones para retornar a las actividades cotidianas. El estadio Los Tomateros se llenó, dicen, sin embargo, también se atestan de muertos los panteones. Así, pues, dos encuentros de pelota fueron “manipulados” para ofrecer la imagen de que se está regresando a la “normalidad”.

Uno, el “cuadrangular del Bienestar” del DIF que arrojó más críticas que bienaventuranzas pacifistas: el estadio de Culiacán en donde se celebró el choque Tomateros-Cañeros se llenó con “acarreados” y “acamionados”, con Siervos de la Nación y con empleados y funcionarios del gobierno municipal y estatal. Dos, este sábado, para poder retacar el estadio, en el juego profesional Tomateros y Cañeros, la entrada tuvo que ser gratuita.

La misma noche del sábado, mientras se desarrollaba la jornada en el coloso deportivo de la capital resguardado por militares, la Guardia Nacional y la Policía Estatal Preventiva, fueron asesinadas nada más en Culiacán 5 personas y otras 4 resultaron heridas a balazos. Durante el día, las autoridades de la Secretaría Estatal de Seguridad Pública reportaron 7 asesinatos, sumando en 24 horas una cifra fúnebre de 12 fallecidos.

Para efectos de maquillaje oficial, gubernamental, se intenta acuñar la expresión de que “no pasa nada” en tanto llegan más y más militares para agregarse a las tareas de prevención y disuasión de la ola criminal; también es cierto que se repite el sonsonete de que el estadio se llenó para sostenerlo como causa para que la población salga de sus hogares y retome sus actividades diarias.

Haya sido como haya sido, el estadio si se abarrotó de gente, se rellenó, pero también, los panteones se están rebosando de difuntos: el «reporte de guerra» da cuenta de más de 110 muertos y más de 130 desaparecidos, que, o pueden estar vivos sin que las autoridades se preocupen por buscarlos, o bien pueden estar muertos, enterrados en tumbas clandestinas, incinerados o tirados en el monte o a las orillas de los caminos de acceso a las sindicaturas, poblados o rancherías.

Medir, pues, la violencia congestionando los estadios, saturándolos, no sirve como parámetro delictivo para saber si las estrategias antiviolencia están o no funcionando. Si así fuera, habría que desarrollar comparativos béisbol-asesinados, con un saldo de varios funcionarios estatales y federales ponchados con una bobita o a los que les han bolado la barda o robado las bases.

El beisbol es uno de los deportes en el que se puede medir con precisión el rendimiento de cada jugador gracias a una larga tradición de llevar estadísticas. Si nos atenemos, pues, a las estadísticas mortesinas las autoridades siguen acumulando ponches y juegos perdidos. No es por nada, pero entre los aficionados cunde la versión de que Claudia Sheinbaum pudiera cambiar pitcheres y designar nuevos bateadores.