La fundación de la Universidad Nacional, base del progreso de México

Con la fundación de la Universidad Nacional de México, el 22 de septiembre de 1910, nuestro país envió el mensaje al mundo de que, en materia de educación superior, estaba a la altura de las grandes potencias de la época, pues Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, pugnó porque esta institución fuera moderna, laica, creadora de ciencia, abierta a todas las doctrinas y métodos, y en la que se recibiría a jóvenes de toda la nación.

Así lo afirma la integrante del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), María de Lourdes Alvarado y Martínez Escobar, con motivo de los 111 años de la fundación de esta casa de estudios.

“Porfirio Díaz sabía que 1910 sería un año especial, pues se celebraría el primer centenario del inicio de la Guerra de Independencia. Entonces coincidieron sus planes y los de su secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra, y decidieron que la fundación de la Universidad fuera uno de los eventos más importantes de estas conmemoraciones”, asevera.

Fue la oportunidad de mostrar al mundo cómo se pensaba la enseñanza en nuestro país, la cultura, la ciencia, la formación de su juventud, pues a las festividades acudieron representantes de distintos países, subraya la especialista en Historia de las Universidades e Instituciones de Educación Superior de los siglos XIX y XX.

De acuerdo con Sierra, la Universidad Nacional de México sería totalmente distinta a su antecesora, la Nacional y Pontificia Universidad, clausurada definitivamente durante el Segundo Imperio, agrega la especialista.

Justo Sierra, prosigue, fue un actor central en la reivindicación de la Universidad como una institución moderna, toda vez que desde 1875 abogó por su restablecimiento, si bien su idea cristalizó hasta 1910.

En un artículo periodístico, recuerda, Sierra expuso que como sucedía en Alemania, México debía tener universidades en las que hubiera libertad científica y que sólo dependieran financieramente del Estado; es decir, que en los aspectos científicos y académicos debían gozar de total independencia.

“No llega a decir autonomía, pero todo el sentido de su argumentación es que estas instituciones no fueran controladas por el gobierno, sino por los letrados y los hombres de ciencia”, añade la doctora en Historia.

En otros momentos Sierra señaló que pensaba que en la Universidad debían estar presentes todas las opiniones, las ideas, hasta los caprichos de los hombres, que pudieran enseñarse en las cátedras.

“Esta idea de apertura, que es una de las maravillas de nuestra Universidad, la planteaba Sierra así: que espiritualismo, materialismo, ateísmo, panteísmo, positivismo, nihilismo, que todas las doctrinas, religiones, todos los métodos, todas las ciencias naturales o sobrenaturales vivan juntas en aquellos prodigiosos focos intelectuales”, remarca la integrante del Sistema Nacional de Investigadores.

Es decir, Justo Sierra definió las características que esta institución mantiene hasta nuestros días al estar abierta a todos los grupos, a todas las doctrinas, al estudio de las ciencias y las humanidades. “Ya no se plantea sólo la transmisión de conocimientos a través de las cátedras, sino que México tenía que estar a la altura de las grandes potencias de la época en la generación de ciencia”, añade la especialista universitaria.

En el discurso inaugural de la Universidad dijo que ésta tendría su Consejo Universitario, sus cuerpos académicos, aunque el rector sería nombrado por el Ejecutivo federal. Ante la Cámara de Diputados, Sierra agregó que este era el proyecto de una institución de la que dependería el futuro progreso de México y de los mexicanos.

La nueva Universidad se conformó por la Escuela Nacional Preparatoria y las escuelas nacionales de Medicina, de Jurisprudencia, de Ingeniería, la sección de Arquitectura de la Escuela Nacional de Bellas Artes y, de nueva creación, por la Escuela de Altos Estudios. En esta última los egresados de las primeras podrían cursar alguna especialidad; se impulsaría la investigación en todos los campos del saber y se formaría a los profesores de la preparatoria y las escuelas profesionales.

“Constituiría el peldaño más alto de los estudios universitarios, pero no sería una torre de marfil al margen del pueblo que la sustenta, sino abierta a todas las personas interesadas en cursar una carrera profesional. Eso es nuestra institución”, subraya Alvarado y Martínez Escobar.

Entre los diversos retos que esta casa de estudios centenaria tiene que enfrentar están: atender la alta demanda de ingreso, seguir formando egresados de calidad; impulsar la investigación en áreas de frontera, adaptarse y reinventarse de acuerdo con la realidad y las necesidades del país, además de buscar mayores fuentes de financiamiento.

Finalmente, la experta universitaria enfatiza que la Universidad Nacional de México permitió revivir una institución que fue reprobada en los ámbitos políticos y culturales a lo largo del siglo XIX porque el método de estudio, las enseñanzas y las prácticas cotidianas de la universidad colonial ya no correspondían con las exigencias y valores del nuevo régimen en nuestro país.