Grillos, reeleccionistas, destroyer y falsos luchadores sociales

Acceder al Poder por la sinuosa vereda del grito, la descalificación y el insulto es mal presagio. Es difícil construir sobre cimientos de lodo. En una sociedad democrática las injurias no pueden ser justificables. El insulto arruina la sana convivencia y derrumba los puentes de la civilidad política. 

La generación política del 2018 popularizó la agresión verbal. Bajo el falso ropaje de “luchadores sociales”, redentores o grillos con botarga de políticos, cobraron fama privilegiando el lenguaje soez, ofreciendo espectáculos bochornosos. Les es más fácil insultar que argumentar. 

Antes, el insulto era contra todo lo que se movía al exterior de Morena, pero hoy el epíteto grosero se trasladó a las entrañas de ese partido.  

El proceso electivo de candidatos a alcaldes, diputados locales y federales, agita en la franja tinta una lucha intestina, una guerra de descalificaciones mutuas –de ida y de vuelta-, de frente o en las redes sociales, persiguiendo unos y otros hacerse el mayor daño posible. Es un pleito de todos contra todos. 

Los especialistas en el insulto y la descalificación –dueños de la patente de la agresión verbal- libran una guerra sin cuartel por las candidaturas. 

En ese basurero político, emergen quienes se autoproclaman “luchadores sociales”, líderes de tal o cual cosa, redentores de la sociedad, reeleccionistas, destroyer, orates, cómplices del rapiñaje gubernamental, en fin, personajes de distintos talantes que se creen predestinados a legislar o a conducir los destinos de los ayuntamientos o a que los electores les refrenden el voto.   

Quienes se dicen luchadores sociales no saben que las luchas necesitan sujetos de lucha y no de sujetos políticos. No alcanzan a comprender lo que es en realidad un luchador social ni visualizan siguiera que ese tipo de personajes a partir de sus movilización o despliegues desencadenan contradicciones e inestabilidad en el orden existente. 

Son “luchadores sociales” porque les gustó el término para que los «identifiquen», pero en la realidad únicamente luchan para proteger sus intereses personales. 

Aquellos que se han vestido con la túnica de líderes para alcanzar la nominación partidista, son una rara especie de “generales digitales”, sin ejército, que no llenan ni un bocho, y que han adquirido, según ellos, el estatus de “líderes” porque son quienes mantienen el récord de más horas nalga en los restaurantes, pagando el café o el plato de alimentos a quienes escuchan ahí, en la mesa, sus ridículas peroratas. 

Los redentores –falsos de toda falsedad- se asumen como prohombres que llaman a la veneración. Se autoelevan en seres celestiales, en políticos democráticos sin ser democráticos, en idealistas sin ser idealistas y pregonan sus compromisos “con las mejores causas sociales”, todo sea para no perder los privilegios nominativos.  

Los defensores de las causas perdidas, esos que se desgañitan en cualquier foro, aman el culto a la personalidad, son, de oficio, y ambiciosos y “a río revuelto”, en el desconcierto social y político, intentan formar parte de la tropa de ignorantes que en el 2018 tuvieron la fortuna de colgarse del erario público.  

Entre quienes forman la fila de (pre)candidatos también figuran los “destroyer” y los orates. Unos arrasan todo a su paso y otros han perdido el juicio, moderación y prudencia, pero que quieren incorporarse a las nóminas oficiales. Unos son armas de destrucción masiva en potencia y, otros, están “locos”; no dan señales de estupidez cuando se trata de armar un proyecto de cobranza. 

Los cómplices son aquellos que en sus cargos públicos han tolerado el saqueo de los presupuestos municipales, estatales y federales. Ahí es donde se enlistan también los reeleccionistas. 

Todos planean, de ser nominados – así lo marcó la praxis política del 2018-, usar el grito, el insulto y la descalificación como herramienta política electoral para conquistar el voto ciudadano. Hoy ser agreden en la competencia interna. Mañana denigrarán a sus opositores políticos.  

Esa franja que conforma la generación política del insulto manda la lectura de que no viene con la intención de construir, sino a destruir honras y prematuramente se encamina a convertir en injurias el debate electoral; ninguno plantea proyectos viables, de cómo harán frente a la corrupción municipal y estatal; no hablan sobre urbanismo ni de desarrollo rural o citadino, no tocan los temas de la inseguridad pública, etc.  

Aquellos que pretenden ser candidatos a diputados locales, no traen en su agenda un proyecto legislativo municipalista, no saben nada sobre las atribuciones propias de ese nivel de gobierno ni de la necesidad de contar con un moderno marco legal que norme el uso de recursos públicos ni mucho menos de la urgencia de diseñar un sistema de trasferencias fiscales independiente del control de las entidades federativas 

Quienes aspiran a las candidaturas a las alcaldías, desconocen el revolucionario movimiento municipalista que les da a los municipios/ayuntamientos una fuerza excepcional. No entienden que el municipalismo construye formas alternativas de identidad colectiva y de ciudadanía basados en la residencia y la participación, que el municipalismo es pragmático y da respuesta a las exigencias sociales-ciudadanas.  

Hacer política municipalista es saber interpretar la realidad diferenciada de una sociedad dinámica, participativa, saber entenderla, saber construir a partir de consensos, aprovechando el entramado de poder en el que intervienen las fuerzas vivas- (vecinos, asociaciones, banqueros, urbanistas, ecologistas, verdaderos liderazgos sociales, tradiciones autóctonas, instituciones educativas, etc.)-, todo el conglomerado social, sin excepción.  

No saben nada…solo insultar…. 

Álvaro Aragón Ayala

Fuente: Proyecto 3